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Martes, 21 Agosto 2018 Por Alexandra Molina

Un norte para el Cauca: una región vista con ojos de mujer

Este es un territorio que resume muchos de los desafíos de toda Colombia: Cultivos de uso ilícito, potencial agroindustrial, botín en disputa por grupos armados, duros conflictos por la tierra, interculturalidad, posconflicto. Historias de democracia local en una zona de la que Colombia seguirá hablando durante el próximo año electoral.

El norte del Cauca abarca trece municipios: Miranda, Guachené, Puerto Tejada, Villarrica, Caloto, Buenos Aires, Suárez, Santander de Quilichao, Toribío, Corinto, Padilla, Caldono y Jambaló. Estos territorios hacen parte de una planicie verde que asciende serpenteando entre carreteras destapadas hacia las altas montañas donde algunos ríos pasan sobre los puentes. Es verdad, hay cosas que parecen solo existir aquí y permanecen ocultas, desconocidas, esquivas. Hay talanqueras de la Guardia Nasa en las carreteras de Jambaló y Toribío, hay también Guardia Cimarrona custodiando las tierras de los 40 consejos comunitarios. En las llanuras priman los monocultivos de caña de azúcar en medio del calor colorado por el polvo de una de las regiones del país con más disputas por tierras.

 

Norte del Cauca / Foto: David Bucheli.

 

Para Socorro Corrales, profesora jubilada de la Universidad del Cauca e Integrante de la Corporación de Mujeres Ecofeministas, lo económico atraviesa lo cultural y político y desde esa mirada, los principales conflictos presentes en estos territorios donde conviven poblaciones afro, indígenas y mestizas, son los referidos al extractivismo. Las comunidades resisten a que sus territorios sigan siendo lugares de disputa entre narcotraficantes, multinacionales, bandas emergentes de delincuencia y, en estos tiempos, de disidencias de las Farc.

—A los problemas de expropiar los territorios por parte de multinacionales que han adquirido licencias ambientales en contravía de la protección de los recursos de la biodiversidad, biodiversidad que ha sido salvaguardada históricamente, sobre todo, por los comunidades indígenas y entre estas comunidades las mujeres han liderado procesos en defensa de sus identidades étnicas que ancestralmente han consagrado luchas en defensa del derecho a la tierra, la autonomía y la seguridad entendida como tranquilidad o condiciones para vivir con dignidad, por ejemplo, el cuidado de los ríos, los cultivos de autosostenimiento— explica Socorro.

Desde su análisis, son las mujeres las que padecen de las más aberrantes inequidades sociales porque son víctimas de todo tipo de violencias, no hay fuentes de empleo y no cesan de llegar actores ajenos a las comunidades y sus cosmovisiones en defensa de los territorios y la tierra. Para esta académica, que ha destinado años a la formación y trabajo relacionado con el empoderamiento de mujeres organizadas, el problema central de las comunidades del norte del Cauca es la vulneración de los Derechos Humanos.

—Vulneración que pareciera salirse de las manos a los gobiernos y dirigentes caucanos y de orden nacional.  Es común oír, que los problemas de las regiones obedecen al centralismo que caracteriza a Colombia que impide la debida atención estatal. No obstante, a mi juicio con base en análisis de expertos, dicho centralismo se traduce en los caudillismos o fuerzas políticas que desde las regiones se alinderan acríticamente con posturas nada democráticas ni equitativas con las necesidades de las poblaciones marginalizadas y vulneradas históricamente— explica.    

Corrales finaliza diciendo que las organizaciones de mujeres han fortalecido su accionar político en defensa de sus territorios, su autonomía y su incidencia en las administraciones locales y departamental. Son ellas, afirma, las que se alistan para  participar con más y mejores protagonismos en los comicios locales de las próximas contiendas electorales.

Desde este abrebocas, les invitamos a un breve recorrido por algunos municipios del norte del Cauca y la visión de distintas mujeres que han trabajado desde la militancia, las organizaciones de base y la institucionalidad por construir territorios con más oportunidades.

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Toribío / Foto: Alexandra Molina.

 

Toribío. Son las seis y cincuenta de la mañana y las mujeres hace rato se levantaron para cocinar caldo de gallina y arroz que se vende en la plaza central.

A tres cuadras del parque, un hotel de Toribío me había recibido el día anterior con una habitación de techo bajo y paredes blancas. Escondida de la gente me sumergí en el canto de pájaros soberanos y vibrantes. Al pie de las montañas está ese municipio que se pinta de murales coloridos. Ellos hablan de rostros, de furia, de serenidad, de bocas tapadas, de indígenas, de ancianas, de duendes verdes, de montañas y arcoíris, de raíces y ramas, de banderas y ríos. Fue la misma ciudadanía, acompañada de artistas de Popayán y de otros lugares, la que los pintó y -de paso- selló los huecos de balas que quedaron como huellas de esos años en los que la guerrilla de las Farc ponía al pueblo en la mitad de los disparos.

Avanzo montaña arriba en la moto roja de don Eiclider que, con voz pausada, dice:

—Es vacío en las carreteras, “hagámole” que el camino es largo.

Don Eliecer se refiere al mal estado de la carretera. Entre murmullos también me habla del riesgo que se corre en una vía por la que no cruza mucha gente, peligrosa incluso para él, que es del territorio. El aire de las tierras frías no es pesado. Mientras avanza, don Eiclider me cuenta lo duro que es conseguir empleo para un indígena como él, a pesar de haberse esforzado por estudiar y obtener certificados técnicos otorgados en el municipio de Santander de Quilichao. Me cuenta además que la Guardia Indígena atrapó hace pocos días a un hombre que se hacía pasar por funcionario de la Secretaría de Educación y que estaba levantando datos de las personas del pueblo y resultó ser un estafador. También me dice que el día anterior a un hombre que vendía ropa de un machetazo le desgajaron la vida en dos; no se sabe quién lo hizo, nadie dirá si fueron disidencias que lo atacaron por considerarlo un informante.

—Estos son los cultivos— me señala los pequeños invernaderos de marihuana, los mismos que la noche anterior alumbraban las montañas que yo veía sentada en la puerta del hotel. —Por estos, los jóvenes se han vuelto más violentos y la lucha ha aumentado. ¿A usted no le da miedo? Lo que se viene es duro—.

Es casi seguro que se refiere a lo mismo que hablan en muchas esquinas de estos pueblos. Del miedo por lo que ha venido sucediendo y que podría agravarse durante el mandato de Iván Duque. Lo mismo me decían algunas mujeres y hombres en Miranda y otras más en Jambaló. Miedo. Pululan los panfletos amenazadores, las disidencias se están fortaleciendo y el crimen organizado y el narcotráfico se están intensificando en los territorios. En Jambaló, Miranda, Corinto y Toribío suenan con más fuerza nombres de disidentes de las Farc y de paramilitares y se han sumado las extorsiones y la intimidación de quienes se han identificado como combatientes del EPL y del ELN. En muchos casos la guardia indígena muestra su tenacidad y los expulsa.

Pero no es don Eliever quien me va a contar esa historia. Él me encamina por la cordillera occidental hacia Tacueyó, la primera parada para conocer el territorio y conversar un poco con la gente, y luego hacia Santander de Quilichao, en la parte baja de las montañas, más cerca del Valle del Cauca.

Doña Omaira me explica la importancia de las talanqueras hechas con guaduas, pintadas con rojo y verde. Se trata de la demarcación de los sitios de control territorial de la Guardia Indígena Nasa que se reorganizó a partir del 2001 (tras una oleada fuerte de asesinatos y desapariciones a manos de paramilitares). Ese año se hizo el plan “Minga en Resistencia” con el que se marcó el territorio con sitios de asamblea permanente para enfrentar a los violentos. Inicialmente se llamó Guardia Cívica. Hoy está compuesta por niños, niñas, mujeres y hombres que portan el bastón de autoridad Nasa y cuidan el territorio.

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Santander de Quilichao. Llego al municipio después de casi dos horas de recorrido y llamo por teléfono a Vilma Rocío Almendra Quiguanás, una líder Nasa Misak. Me contesta desde el otro lado de la malla y sonríe mientras me invita a pasar. Espera a su hija Violeta Kiwe que entrena natación y me aclara, con prudencia, que habrá cosas que no podrá contarme porque en el Cauca la sombra de las amenazas a líderes, lideresas, defensores de derechos humanos y profesores es lo que cubre sus días.

El rostro de Vilma nos deja claro que nunca lo sabremos todo de ella. Su voz, de tono invariable, explica con minucioso detalle y claridad las largas luchas de los pueblos indígenas en el norte del Cauca. Habla de la institucionalidad, de los monocultivos, de la frialdad de alguna gente. También de la liberación de la madre tierra, de la Guardia Indígena, de la Guardia Cimarrona, de tomarse la palabra, de soberanía, de autonomía, de esperanza.

—Cuando uno no conoce bien el sistema transnacional de mercantilización cree que el hecho de que llegue una cara indígena, negra o campesina va a cambiar la situación.

Vilma lo dice a propósito del nombramiento de la Ministra de Cultura por parte del electo presidente Iván Duque. Carmen Inés Vásquez Camacho, quien según Francia Márquez, otra lideresa reconocida en diversos ámbitos por su imparable movilización y denuncia contra la minería ilegal en su territorio, es una “cara negra” que solo está ahí para servir de puente para el despojo. Francia, apenas se enteró de la elección, escribió en su perfil de Facebook un texto de rechazo a la mujer que no permitió que le llevaran frazadas en las duras noches de Bogotá. Aseguró que cuando Vásquez fue viceministra, no se lo permitió ni a ella ni a las demás que protestaron durante cuatro días ante el Ministerio del Interior en 2014. Allí firmaron un acuerdo con el gobierno para proteger y evitar que se siguieran contaminando las aguas de sus territorios, pero el acuerdo se quedó en el papel. “¿Qué sabe esta mujer de prácticas ancestrales y culturales?”: Sentenció.

Vilma considera que esa es una de las más graves problemáticas del norte del Cauca. La idea de dedicar más tiempo y voluntad a lo político institucional que reduce las grandes movilizaciones y prácticas colectivas a ganar una elección y a ver “representados” los intereses. Después de conversar sobre Francia, le pregunto sobre las otras formas de hacer política.

—Ya no se organizan tanto las mingas, las trueques, todos esos espacios que son pilares de la vida comunitaria— aclara con cierta amargura —Ya no se hacen tanto para fortalecer el movimiento sino porque alguien lo financió a través de proyectos con otras instituciones y eso se refleja en algunos intereses de las mujeres donde su apuesta política es sacar una mujer para que sea concejal indígena.

Son las tres y media de la tarde y el calor hace que Violeta se pronuncie pidiendo un helado. El aire refresca y contrasta con el relato de Vilma. Me dice que hay un temor sobre la posibilidad de que el crimen organizado se agudice en el norte del Cauca. La marihuana por ejemplo, es un monstruo que ha crecido en los últimos años dividiendo intereses, fragmentando la guardia y causando diversos problemas con relación a los cortes por el robo de la energía eléctrica usada para los invernaderos.

Según el informe de UNODC (Oficina de las Naciones Unidas contra la Droga y el Delito) para el caso de los cultivos de marihuana no se ha desarrollado una metodología censal que posibilite conocer en cifras qué tanta área sembrada hay en Colombia. En el informe se toma información de un reporte ofrecido por la Policía Nacional que dice que los dos departamentos con mayor presencia de este cultivo son Cauca y Magdalena.

Para Vilma se trata de un problema con graves implicaciones. Según ella, se trata de una guerra total contra los pueblos que ha debilitado la Guardia Indígena y todos los procesos político-organizativos de las comunidades, fracturando y rompiendo su autonomía. Todo esto se cruza con la dominación de la mujer y la tierra.

—La mayoría de mujeres del campo en Abya Yala y en el mundo están dedicadas al cuidar de la tierra, a sembrar las plantas medicinales, a sembrar lo poquito o lo mucho que se necesita para alimentarse. No tienen grandes monocultivos que es a lo que le apuestan los hombres, porque también los hombres son patriarcales en eso. Quieren sembrar para ganar dinero. En cambio, aunque hay mujeres que también hacen eso, las mujeres que uno conoce, así como cuidan a la hija o al hijo, así cuidan a la madre tierra para sembrar. Entonces eso, aunque no es tan visible, sí es un germen de la resistencia.

Las mujeres, concluye Vilma Almendra, desde prácticas cotidianas y muy concretas que también son políticas, contribuyen con su accionar más invisible a tejer comunidad y autonomía. Mientras su hija juega con la tierra, Vilma me habla del papel de lo femenino en la resistencia y en la visión comunal que va más allá de los procesos electorales.

 

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Jambaló. Para llegar a Jambaló hay que volver a la panamericana y cruzar Silvia. Una carretera destapada, rebosante de árboles frondosos y de una niebla que deja entrever una que otra vaca, nos conduce río arriba hasta llegar al territorio Nasa. A Jambaló puede recordársele por varias cosas como las celebraciones del ritual mayor Saakhelu, la entereza de las autoridades ancestrales o por la imagen del avión de guerra Super Tucano que cayó (¿derribado?) 11 de julio en el año 2012.

La población de Jambaló se aproxima a los dieciocho mil habitantes. La gente aquí es silenciosa. Las paredes no están pobladas de murales ni la gente se reúne a jugar en el parque central como en Toribío. No es tan grande, no hay muchos almacenes. Las puertas de algunas casas están abiertas y las mujeres Nasa tejen la vida y recuperan el territorio que la guerra fracturó. Pocos habitantes cruzan las calles. No se consiguen servicios de mototaxis tan fácil como en Santander de Quilichao. Hace frío. Los días parecieran todos iguales y a la vez, aunque los vientos nuevos se sienten en todo el cuerpo.

Avanzo por una calle en la que resalta la casa más florida del pueblo. Desde las sillas del parque se ven las altas montañas y, en ellas, un hogar lejano. Al pie del parque está la Alcaldía y en ella me recibe su lideresa.

Para la actual alcaldesa de Jambaló, las posturas frente a la institucionalidad y las problemáticas del norte del Cauca son claras. Flor Ilva Tróchez Ramos, una mujer de calidez y claridad indiscutibles, considera que el reto mayor del norte del Cauca, particularmente para su territorio, es fortalecer los procesos económicos sostenibles para abonar a la organización política de los sectores sociales y en general al movimiento indígena. Uno de los llamados —sería la estructuración sólida de procesos económicos comunitarios, solidarios, mixtos o de desarrollo económico empresarial— afirma.

Para la alcaldesa, la articulación de los pueblos indígenas con la institucionalidad y la dinamización de los planes de vida de las comunidades es necesaria y se está desarrollando pues los territorios indígenas o de vida, como ella los llama, deben articularse con el sector público. También cuenta que desde la alcaldía, y en el contexto del plan de desarrollo, se promueve una minga para organizar la comunidad con el sector privado y las distintas ONG que pueden aportar a una consolidación beneficiosa para los territorios. Es en las asambleas, relata, que se definen los planes de vida y se asumen las directrices sobre la economía, la justicia, la educación propia, la salud, la alimentación e incluso la equidad de género del pueblo Nasa.

—Tenemos que generar procesos de emprendimiento. Nos corresponde tejer los mandatos comunitarios de los siete planes de vida para el caso norte versus los planes de desarrollo del gobierno con el fin de realizar una planificación para el desarrollo sostenible y un empoderamiento económico para hombres y mujeres, jóvenes y personal líder y lideresa (adulto mayor).

Recupero las palabras de la alcaldesa para hablar de la mirada desde la institucionalidad, la de una mujer admirada por su gente por saber guiar a la comunidad de Jambaló a partir de una estrategia y planificación clara que articula los procesos comunitarios presentes en los territorios con las ONG y el gobierno.

—Así se llevarán a cabo proyectos para asumir la política de desarrollo rural y económico y que generen procesos de inversión. Hay que pensarlo en masa, no una sola persona. Mire, Jambaló, en el plan de vida y plan de desarrollo, sin que nos hubieran hablado de los PDET ya teníamos planificado a 32 años de plan de vida, lo teníamos planificado en salud, economía, educación, justicia y equidad de género (trabajo de participación). Tenemos unas políticas planteadas en el marco del posacuerdo de aquí a 2032. Con eso y la autonomía interna, podemos hacer una bolsa entre los recursos que llegan del gobierno, del sistema general de participación y de las ONG para generar proyectos o buscar contrapartidas para que otros ministerios financien.

 

Suárez / Foto: David Bucheli.

 

Suárez. En la década de los 70 en el norte del Cauca se produjo un fuerte de desarraigo territorial para las personas propietarias de tierra en la zona. Los ingenios de caña de azúcar no sólo transformaron el medio ambiente sino también las prácticas económicas (la autonomía de que daban ciertas siembras y formas de sobrevivencia se cambiaron por la economía asalariada), sociales (se desintegraron las familias, las formas organizativas) y culturales (se fueron debilitando prácticas y fundamentos de la identidad étnico cultural) de la región. Todo esto llevó a que las familias se desarticularan y padres y madres comenzaran a migrar hacia otros lugares.  

Sor Inés Larrahondo es rectora de la Institución Educativa Técnica Agrícola de Súarez y trabaja con la Asociación Casita de Niños. Desde ahí puede contextualizar los procesos educativos afirmándolos en la región. Ella, una mujer afrodescendiente, poderosa, concreta, piensa que lo que necesita el norte del Cauca es educación (tanto formal como no formal), la misma que puede apoyarse en un sistema educativo fuerte que ofrezca a todas las personas las herramientas necesarias para habitar el planeta. Para esta mujer, que ha luchado palmo a palmo con otras mujeres de su comunidad por ofrecer espacios dignos para la niñez afrodescendiente de Suárez, es desde ahí que se mueven las fibras y los hilos que harán posible una sociedad justa, una transformación real de los territorios que fueron minados por el destierro.

Sor Inés trabaja con niños, niñas y jóvenes desde el aprendizaje vivencial, el acompañamiento y la orientación necesarios para que no queden al vaivén de los días. Entre las actividades se cuentan visitas a los territorios, reconocimiento de las personas mayores y el trabajo en una granja donde siembran plantas alimenticias y medicinales. Desde cada proceso formativo aprovecha para explicar que los derechos humanos son para todos y todas, que hay que potencializar las capacidades que cada persona tiene, que hay que reconocer las diferencias generacionales y étnicas, que hay que superar el desarraigo territorial; que hay que conocer la historia y fortalecer la identidad negra.

—Siento que la guerra ha sido por el territorio, por esos territorios fértiles que tienen Colombia, donde la fertilidad es mucho mayor. Hay intereses de apropiarse. Se empiezan a desarrollar situaciones como lo es el monocultivo de la caña y la persona que se resiste a vender, por las fumigaciones y todo eso, pues tiene que salir de ahí porque los cultivos se secan, la tierra se va deteriorando.

Entonces, con su habilidad paciente de enseñar a niños y niñas, explica que si las comunidades afrodescendientes que ella conoce tuvieran más elementos para comprender y hacer reales los derechos que les pertenecen por ser ciudadanos y ciudadanas de Colombia, habrían podido defender mejor los territorios de muchos de los destierros que actualmente han minado las organizaciones sociales en el norte del Cauca.

Aclara que los procesos organizativos de palenques y Consejos Comunitarios han luchado por defender las tierras que les pertenecen, porque ella y los pueblos afrodescendientes dice con una dignidad certera, son parte de este país desde siglos atrás y han ayudado a construir la sociedad actual.

—Estamos viendo que algunos predios se están recuperando. El Consejo Comunitario de Guachené recuperó una finca en el Alto del Palo; el Consejo Comunitario Monteoscuro, en Puerto. Otros Consejos Comunitarios recuperaron territorios en El Pílamo, en San Rafael, en Buenos Aires y Santander. Hay muchas fincas que se han podido recuperar a partir del proceso organizativo de comunidades negras mediante consejos y tomas, logrando que el Estado se comprometa a que las comunidades puedan desarrollar sus procesos productivos.

Para ella, el trabajo de las mujeres es vital en el norte del Cauca. Son ellas, dice Sor Inés, quienes no permiten que se lleven a sus hijos o hijas a la guerra, las que recuperan tejidos de solidaridad en la comunidad, las que cuidan la vida, las que motivan a su gente a que existan mejores condiciones de vida, las que le apuestan a los planes de desarrollo con enfoque territorial, las que resisten.

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Caldono. Un paisaje rural, diverso en cultivos de pancoger donde abundan las plantaciones de café. De la cabecera municipal hacia adentro, la carretera es destapada. Es un territorio aislado, casi impenetrable. La gente habla en Nasa. Este es un punto de transición donde se disuelven las fronteras entre la meseta del valle de Pubenza y el Valle del Cauca.

La Guardía Indígena acá ya no le está apostando sólo a la autoridad pacífica. Puede ser el resultado no sólo de la presencia del crimen organizado y de los distintos grupos armados ilegales, sino también de algunas de las decisiones tomadas a nivel estatal. En estos momentos hay un crudo enfrentamiento entre comunidades Misak y Nasa en el corregimiento de Siberia, Caldono.

La historia se remonta al año 2005, fecha en la que hubo un convenio entre el Ministerio del Interior y de Justicia celebrado con el movimiento AICO. Según las escrituras públicas, la titularidad de las tierras en disputa por ambas comunidades está a favor del pueblo Misak, lo que se puede corroborar en la información recopilada por la ANT y la UGT de Occidente.

Mediante Resolución 035 de 2008 del Ministerio del Interior y Justicia, dichas tierras fueron reconocidas como Cabildo Indígena Misak Ovejas Siberia. Luego, el Resguardo Misak de Guambia cedió la titularidad de los predios en jurisdicción del corregimiento de Siberia procurando su constitución como Resguardo Indígena, petición que fue presentada ante al entonces INCODER. El proceso actual se ha venido desarrollando desde la Agencia Nacional de Tierras, institución que empezó con la constitución del resguardo -hace casi un año- después de realizar los estudios previos pertinentes.

Lo anterior generó una gran inconformidad entre el Pueblo Nasa del Resguardo La Laguna Siberia pues desde la organización zonal Sat Tama Kiwe, de seis procesos organizativos Nasa, se prohíbe la constitución de nuevos resguardos en la zona. La afrenta creció y la comunidad Nasa procedió a entablar una Acción de Tutela contra el procedimiento institucional y posteriormente la Guardia Indígena Nasa empezó a generar desalojos a través de vías de hecho a las familias Misak ubicadas en la zona.

La postura del pueblo Nasa es no permitir un resguardo de otra etnia e incluso usar   las vías de hecho para evitarlo.  Señalan como responsable al gobierno por no realizar la consulta previa y adelantar los procesos de constitución. La del pueblo Misak de Ovejas Siberia es continuar con los procesos de diálogo o de lo contrario adelantar las medidas policivas y judiciales para proteger sus derechos y los predios de su propiedad.

La postura institucional, desde el Ministerio del Interior, busca garantizar los espacios de diálogo entre ambos pueblos. Lo que está sucediendo en este territorio es visto por algunos como una radicalización del pueblo Nasa. Eso cree una de las mujeres que ha presenciado las asambleas, pero prefiere reservar su identidad. Para ella, resistir a la constitución del resguardo va en contra de las mismas reivindicaciones que el CRIC ha peleado históricamente.

Según esta fuente, la altura política ha estado presente solo de parte del pueblo Misak que le ha apostado al diálogo como la solución, mientras que por parte del pueblo Nasa se ha ejercido, según ella, una violencia y agresión contra las familias Misak.

Por el momento se han censado alrededor de 300 familias por parte de la Dirección de Asuntos Indígenas, ROM y Minorías, las cuales están viéndose afectadas seriamente por el conflicto entre comunidades. Hay niños y niñas que no han podido regresar a clases pues los padres y madres tienen miedo de enviarlos a las instituciones educativas porque la situación de agresiones físicas y violencia generalizada no cesa.

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Popayán. Las paredes blancas del centro histórico colonial refuerzan esa idea romántica de la ciudad patrimonial. El cielo nos trae en las tardes nubes con colores del vecino litoral pacífico: magentas, naranjas, amarillos y verdes. En su oficina de la Cámara y Comercio me espera Carolina Vallejo Vejarano, directora Ejecutiva Consejo Gremial y Empresarial del Cauca. La oficina queda en un segundo piso entre la carrera séptima con calle cuarta. Vallejo rechaza contundentemente las vías de hecho para buscar reivindicaciones. Considera que afectan, no sólo al departamento del Cauca sino también al Valle del Cauca y a Nariño. Respeta la protesta pero, sin desconocer algunos de los incumplimientos que se han hecho a los acuerdos con las comunidades, pide que esta no afecte a los gremios empresariales ni a la sociedad civil pues considera que son parte evidente del desarrollo económico de la región.

Carolina es Mercadóloga y Publicista del Politécnico Gran Colombiano de Bogotá, y desde su visión, hay mecanismos distintos donde la salida a los conflictos es el diálogo. Piensa que todo sería distinto si todas las agrupaciones pudieran verse representadas en las mesas de negociación y tuvieran voz y voto para encontrar salidas acordadas a las distintas problemáticas del norte del Cauca.

—No nos parece que la vía de hecho sea la herramienta para pedir que se cumplan esos acuerdos que se firman entre ambas partes. Porque termina afectando no sólo a los gremios y a los empresarios sino a la gente en general, a los motores económicos del departamento. Si nosotros nos estamos enfocando en el turismo pues ese sector queda afectado, la inversión privada también, la salud, todo.

Desde su perspectiva, el aporte para el departamento del Cauca es buscar lugares y oportunidades de encuentro para la convivencia, el ejercicio de los derechos fundamentales y la generación de aportes para el crecimiento del departamento. En estos momentos el Consejo Gremial y Empresarial del Cauca apoya un acercamiento incluyente y la necesidad de diálogo para acordar entre todos los sectores lo que favorezca al crecimiento y la inversión que, para Carolina, es clave para el beneficio de cada región.

Atravieso el parque Caldas y avanzo hacia la Alcaldía Municipal de Popayán. En un pasillo de la casona antigua, Carolina Cano me recibe con un abrazo. Carolina es subdirectora de la Corporación Comunitar y coordinadora regional de la Ruta Pacífica de las Mujeres y le consulto sobre los desafíos que ella vislumbra en la región.

Carolina Cano me dice que la situación del norte del Cauca es compleja y que claramente es la participación política -en términos electorales- uno de los retos más evidentes para esa subregión. Pero para ella lo urgente es erradicar los feminicidios pues, según el más reciente informe de esta ONG (junio de 2018), en estos territorios se presentan las cifras más altas de este delito. Lo analiza como un recrudecimiento de las violencias que afecta a las mujeres en todos los territorios y en todos los escenarios. Además dice que hay que ir más allá de su participación en las elecciones y construir una cultura ciudadana para acceder al derecho al voto, un voto a conciencia y una formación política clara para ocupar los cargos de elección popular. No se puede, según Cano, votar por una mujer sólo por su género sino porque tenga clara la agenda social y política de las mujeres caucanas.

—Evidentemente llegar a estos cargos involucra un empoderamiento más allá de ese conocimiento empírico que han tenido las mujeres. El respaldo de la sociedad y las instituciones es fundamental, de los partidos políticos también pues por las dificultades históricas, las mujeres aún estamos inmersas en una sociedad patriarcal donde hay múltiples dificultades no solamente en términos de que podamos llegar sino también en términos formativos— afirma convencida de que puede haber un gran partido de mujeres, un sueño que, según sus palabras, debe abonarse con tiempo.

 

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No se puede hablar, faltando un año largo para las elecciones regionales, de los posibles perfiles de las personas que entrarán al ruedo electoral para las elecciones regionales de Colombia. Lo que prima es la incertidumbre y algunos analistas locales afirman que difícilmente se mantendrá la cohesión de la Colombia Humana en los territorios del Cauca porque saldrán a flote los intereses de partidos y movimientos . Según Rubén Erazo, politólogo y analista, el trapo rojo del partido Liberal aflora muchos sentimientos en esta región y aportará avales significativos desde la ciudad de Bogotá.

Estas mujeres del norte del Cauca nos han dado una idea profunda de lo que requieren la región y su gente. Sigo recorriendo carreteras, trochas y caminos del norte de esta zona. Me pregunto si la dirigencia, mientras piensa en candidatos y en alianzas, toma nota como yo de lo que ellas dicen.

 

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